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LXV

Oh! quíen es ella, á la que Eduardo canta
por descargar la pena que lo agobia?
Tal vez el ideal de una alma santa:
el ánjel del martirio de Barsovia.
que ofrece á los recuerdos su garganta,—
vestida con el traje de la novia,—
ó infunde la esperanza en la sonrisa
que por sus castos labios se desliza...

LXVI

Uf! mujeril curiosidad!—Qué importa
tener presente un nombre más ó menos,
sabiendo—y eso basta,--que conforta
su corazon en sentimientos buenos?--
Eran las dos. Eduardo el paso acorta,
con pensamientos de alegria ajenos,
y á la Opera camina, fluctuänte,
su estado trasluciendo en el semblante.

LXVII

No era por cierto Rolla, el calavera
pintado por Musset en una frase:
le plus grand débauché;[1] mi jóven era
un disipado, sí; mas de otra clase.
Templado al fuego del hogar, no altera
su fondo con los vicios; y la base
de buena educacion, cual firme roca,
en vano el mundo tentador provoca.

  1. Rolla II.