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II

 Y aunque no es ciertamente este libro el que comprueba su industrioso y activo carácter, dará á lo menos una idea de que no permanecen en el letargo de la indolencia las que tienen una viva y ardiente imaginacion que en álas del entusiasmo y la inspiracion se remonta hasta el cielo, como queriendo sondear lo infinito.

 Cuando abrimos los ojos á la luz de la razon, cuando empezábamos á comprender el valor de las letras, hallamos la atmósfera de todos los circuios sociales llena de un nombre que resonaba con el estruendo de una sublime alegría. Era esa la época, no remota, en que Gertrudis Gomez de Avellaneda pisaba la culta ciudad de la Habana, y en que sus entusiastas hijos ceñían á su gallarda y gentil cabeza un brillante y bien merecido laurel.

 Nuestra edad era ese período feliz en que todo lo miramos bajo un prisma encantador, ¡la infancia!... ... Desde esa época la admiracion á su génio volvióse un culto para el alma, y nació, puede decirse, el deseo que hemos llevado á cabo por fin, aunque no con el éxito brillante de nuestros propósitos, porque en vano hemos invocado mil veces á las divinas musas para que nos concedan sus favores.

 Conocemos con toda nuestra humildad cuán poco valemos para presentar una obra digna de una mujer tan universalmente conocida y proclamada «como la mejor cantora de todos los tiempos;» no aspiramos á acercárnosle en ningún grado; apénas á seguir su luminosa estela, porque ella es como un astro refulgente que luce lleno de esplendor y hermosura en el Cénit, mientras que nosotras no somos mas que una pálida estrella cuyos tibios resplandores apénas se divisan en el Oriente.

 Muchas veces nos ha hecho retroceder desconfiadas el desaliento; pero la voz del deseo, mas poderosa que nuestra timidez, nos dice: «adelante.»