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UN POETA


(Cuento)

— ¡Lo que más quiero en el mundo después del ideal de mi amor! – se decía amargamente en su corazón, sólo en su corazón para que no lo oyera cierto individuo que examinaba aparentemente sin interés un montón de libros colocados sobre el piso de madera en un rincón de la pieza. — Eso es el Fausto, traducido por Llorente. ¡Es el Fausto! — Cincuenta centavos. — A mí me ha costado cuatro pesos. — A mí no me darán ni uno.

A cincuenta centavos el volumen vendió Horacio sus autores favoritos: Gœthe, Heine, Bécquer, Poe, Schopenhauer, Musset, Carlyle, Stechetti, Esquilo, Byron, Shakespeare: ¡sus grandes poetas, sus grandes pensadores! El comprador empaquetó la adquisición con sumo cuidado; se puso el sombrero de felpa, viejo y chafado; se aseguró los anteojos sobre su nariz inmensamente larga y ancha, llena de agujeros negros en su color rojo de alcohol; saludó sonriendo maliciosamente, y partió.

— ¡Miserable! Y ¿por qué? — pensó el desolado vendedor mientras se metía al bolsillo con desprecio los diez pelos así ganados. – ¡Si no fuera por el judío no tendría ahora con qué comer! — Luego se puso también el sombrero y también salió, cerrando con llave la puerta de la habitación, guardadora de sus secretos pesares y de un colchón con sábanas y almohada, únicos bienes que ya le quedaban; aunque no: debajo del colchón dormia un revólver.

Correctamente vestido de negro iba meditabundo por la calle el autor de La última carta, el poema de los versos tris-