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- Unos días sí y otros no. Pero á la hora de comer no recibe á nadie.

- Entónces por la mañana, antes de almorzar, ¿ será mejor?

- A esa hora está en el baño y vistiéndose. Puede usted figurarse no estará para visitas.

- Ya entiendo : despues de almorzar será la mejor hora ...

- Si, pero en cuanto acaba de almorzar se marcha ...

- ¡ Demonches ! murmura el pobre diablo sudando el quilo.

 Y se retira pensando en dedicar un día entero á dar caza al cliente acechando las entradas y salidas del buen doctor.

 Es una idea luminosa.

 Al otro día se planta en la puerta de la calle desde poco despues de la 'salida del sol.

 Como á las nueve, aparece en el zaguan el doctor con elegante traje de mañana, que sale á dar un paseito higiénico para no engordar demasiado.

 El acreedor sombrero en mano, con una voz melosa y apagada por la emocion, le pide mil perdones y le presenta la cuentita. Una friolera, diez pesos legales.

 El doctor hace un gesto de disgusto.

- Ocurrencia la suya de pararme para esto, dice con ágrio tono, vuelva más tarde.

 Y le deja con la palabra en la boca y la cuenta en la mano.

- Que vuelva mas tarde, dice: bueno, aquí le aguardo hasta que regrese.

 Y se pasa dos horitas papando moscas hasta que al fin le ve aparecer por la esquina.

 Fuera el sombrero de la cabeza, salga la cuenta y vuelta á empezar la peticion.

- Señor, esta cuentita, que me dijo usted que volviera mas tarde.

- Pero amigo, grita el doctor encolerizado, por una porqueria de diez pesos cree usted que le voy á consentir que no me deje en paz á ninguna hora?

- Dispense, doctor, pero si usted me paga esa insignificancia yo no volveré mas á cobrársela. Considere usted que llevo perdido un día para diez pesos y yo vivo de mi trabajo.

- ¿ Me vá usted á dar lecciones á mí? pues mire usted, se va con su cuenta y aguarda si quiere , y como lo vea á usted por esta casa con esas insolencias, lo hago echar á patadas. ¡ Mandese mudar! ¡Chusma!

 Y se mete en las habitaciones lleno de santa indignacion

- ¡ Canalla, atrevido, que no respeta á las personas decentes ! sigue murmurando.

 Y el acreedor se marcha á su taller mústio y sombrío, revolviendo en su cerebro ideas de exterminio.