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mera oportunidad, á jugarle una mala partida á la vieja, que llegaba hasta el extremo de largarles en pleno baile un no me la convierse mucho Don.

Mientras las muchachas sentadas rezaban el rosario, mostrando disimuladamente por entre las enaguas sus botines á la crimea reservados para estos actos, los mozos menos prácticos en materia religiosa, rondaban en el patio, mirándolas por las puertas, esperando llenos de impaciencia que acabaran de una vez, y pialando los mas vivos, los mates destinados á las viejas.

El patio estaba lleno; chambergos aludos, de copa puntiaguda; mantas llenas de flecos, con el escudo ó la cabeza de un caballo en una de las esquinas; bombachas negras, pantalones ajustados, botas con cañas de charol, que hacian ver estrellas á sus dueños, que las soportaban con heroismo estoico; botines elásticos y grandes pañuelos de seda, atados al cuello, de colores vivos, era lo que se distinguia en la semi-oscuridad, moviéndose confusamente, mientras la luna luchaba con algunas nubes impertinentes que se empeñaban en cubrirla.

En uno de esos momentos de oscuridad, los fuegos de los cigarros parecían innumerables luciérnagas que atravesaban esa masa de gente.

En la cocina, una inmensa fogata sostenia cuatro pavas de agua hirviendo, rodeadas por seis ú ocho viejas, con su inseparable cachimbo, que cebaban los innumerables mates que un regimiento de muchachos de ambos sexos llevaban y traían.

Después de un rato concluyó el rosario, y los primeros acordes de la orquesta de acordeón y guitarra se hicieron oir.

Empezaba el baile en honor al angelito; las polkas que habia oido en Corrientes, volvian á repetirse; pronto la sala se llenó de una nube de polvo de ladrillo, levantada por los bailarines, que apiñados se estrujaban, esforzándose por llevar bien el compás.

Era inútil é imposible que las viejas gritasen que se viera luz entre el bailarín y la compañera.