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La polka seguia interminable, los rostros pegados unos á los otros, se animaban, el rojo vivo coloreaba sus caras que parecian estallar, los ojos más brillantes que de costumbre miraban de un modo extraño, las bocas jadeantes, entreabiertas daban paso á una respiracion entrecortada; empujón aquí, empullón allí, nada hacia pedir una tregua; las frentes bañadas de sudor, estaban llenas de pelo pegado, los sombreros se habian echado hácia atrás, y la polka seguía.

Un olor imposible de hacinamiento humano; sudor, agua florida y aceite, que empezaba á chorrear por las caras de los bailarines, todo mezclado, llenaba aquel recinto.

Y la polka seguía.

Parado en la puerta, no cesaba de mirar el baile, sin atreverme á entrar, cuando ví salir de pronto á un bailarín que lanzando juramentos en guarany, sin esperar más, sentóse en el suelo y se sacó las botas, dando un suspiro de satisfacción.

Al infeliz lo habian pisado!

Era necesario verlo con qué fruición se agarraba los piés, renegando del velorio, de las botas y de los zapateros que nunca hacian nada bueno.

Allí, hamacándose pasó un buen rato, donde lo dejé cara á cara con su dolor.

La polka habia concluido, volvia á empezar el rezo cuando nos fuimos á dormir.

Al otro día seguía el baile.

Después supe que otra vecina habia pedido prestado el cadáver para velarlo en su casa: pero, como ya se notaban en él síntomas de descomposición, la autoridad siempre paternal en estos casos, habia dispuesto que de farras estaba bastante y ordenó enterrarlo. . . . . . .. . . . . . . . . . .


Tomás Bathata.


(Del libro Viaje de un Maturrango)