Página:Almanaque del espiritismo. 1873.pdf/21

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
LA HOGUERA, EL LIBRO Y LA IDEA

Corria el año de 1861. La idea religiosa agonizaba en España á manos de la intransigencia católico-romana, y en vez de aquella, que está llamada á vivificarlo todo, se erguia, procaz y repugnante, el indiferentismo, que todo lo aniquila. Hallábase entonces nuestra patria dividida en dos muy distintos campos. En el uno, se agitaban y bullían, orgullosos de sus triunfos, los hombres que diciéndose guiados por la fe ciega, creen, tratándose de religión, hasta en el absurdo moral y en la heregía científica. Su lema era el siguiente: Sólo nosotros podemos salvarnos; su procedimiento se reducía á un a palabra: ¡anatema! Y después, hablaban de Dios y de Cristo; de Dios, que nunca cesará de atraernos á todos, hasta que todos nos salvemos; de Cristo, que además de haber predicado el amor par a con los enemigos, impetraba, al expirar, el perdón de los bárbaros é ingratos que le crucificaban.

En el otro campo, no se agitaba ni bullia nadie. Los que en él vegetaban, y eran muchos, casi todos los españoles, decían sonriendo maliciosamente: «gocemos de esta vida, que es lo único positivo. ¿Quién sabe, ni quién sabrá nunca en la tierra, lo que ha de venir después? Cubramos las apariencias, que así no nos molestarán, y vivamos.» Luego, iban al templo, y doblaban humildemente las rodillas, y se golpeaban ol pecho, y murmuraban oraciones, ó acaso hacían como si las murmurasen, creyéndose asi autorizados para exigir orden y moralidad. ¡Orden, sin verdaderas é inquebrantables creencias religiosas! ¡Moralidad, cuando los mismos que la reclamaban eran esclavos de la hipocresía!

Los pocos hombres que amando sinceramente la religión, no la creían empero, reñida con la civilizacion; que reconociendo las excelencias de la fé, no la erigian sin embargo, en soberana de la razón, sino que á entrambas las armonizaban; esos hombres, pocos en número, no se congregaban en campo alguno; vívian diseminados, estudiando en el silencioso retiro del bufete, y aun así les señalaban con el dedo. ¿Para qué? Para llamarles reprobos y perseguirlos, los que se titulaban únicos verdaderos creyentes; para despreciarlos y llamarlos, cuando menos, tontos, los que sólo de la vida presente se curaban.

II.

Tal, y no otro, era el estado de España, cuando en alas de la imprenta había llegado, desde los Estados-Unidos de América, á Francia, donde tomó cuerpo de doctrina, el gérmen del a nueva idea, el embrión de las creencias religiosas del porvenir. Francia, esa nación apóstol, y mártir, por lo mismo, en no pocas ocasiones, encargóse de iniciar la propaganda; y dando á aquél el hoy ya vulgar nombre de Espiritismo, comenzó la obra, ardua por más de un concepto. La razón empero, le servia de cimiento; la justicia de escudo; la caridad de lema, y á pesar de las diatribas de unos, de las mofas de otros y de las falsedades de todos, el germen se dilataba y crecía, y convirtiéndose en árbol corpulento y frondoso, extendía á todas partes sus ramas, llevando á todas parte s su dulce y bienhechora sombra. Era el oasis en medio del desierto de la vida; el rayo de luz en mitad de las tinieblas del error, y todos los que, sobre amar la verdad, se sentían menesterosos de paz y sosiego, corrían á inscribirse en las banderas del Espiritismo que gritaba incesantemente: «la