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Almanaque Sud-americano

y enseñó á palpitar al siglo enfermo,
dolorido y sin voz mientras callaste,

    ruede perdida entre los nuevos hombres
como el proscrito en extranjeros lares,
como del golfo en las calladas sirtes,
bajo el desierto azul, flota un cadáver.

    Yo sé que de tu lago, y en tu góndola,
surcan las quietas linfas los amantes,
y sus votos eternos les confían
pidiendo á tus estrofas su lenguaje.

    Postrado en el obscuro presbiterio,
al crepúsculo umbroso de la tarde,
he visto á Focelín ahogar en himnos
todo el dolor de una existencia errante;

    y sé que cuando el astro del silencio
sobre las tumbas su fulgor esparce,
y en el terso arenal caudas de sombra
tiende la inmoble procesión de sauces,

    tus clamores por Julia, que estremecen
del Tintoreto los luctuosos manes,
junto á una cruz en su dolor murmura
más de un herido corazón de padre.

    ¡Tu voz no ha muerto, Lamartine!, la siento
en la paz de los bosques y los mares,
en los ecos del valle y de la noche,
en las hondas sin ruido de los aires;

    en dondequiera que una mano enjuga
las lágrimas del hombre ó del infante;
en todas las angustias que sonríen
á la esperanza muerta que renace.

    Las cáfilas inquietas de Mercurio
ahogarán en su grita tus cantares,
mas ¿qué ofende á la luz que el miope vea
sólo la sombra que á sus pies se abate?

    ¿Tiene acaso qué dar por tu corona
el rico Aliborón de las ciudades?
Hoy que habitas las cumbres de los cielos,
de más arriba tu desdén le cae.