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jamas del grado _de capitan que ostenta-
‘b3_ (-come escarmiento y para cal mar los
hnirnos)
Y :1 mi otra abuela, Libera,‘ la carbona- n'a. le pas’o lo mismo o mas o menos.
Una noche, tenia la misi’on de hacer volar el puente por donde debia pasar el ejército invasor, pero llegb tarde. Pietro Mi- ca tuvo la felicidad de volar en pedazos en su lugar, junto a un ‘batall’on entero de austrlacos con banda y estandarte, para regocijo de los patriotas que al ver el ama- ble espectaculo, se pusieron inmediata- mente cantar Nabuco, a voz en cuello:
“Va pcnsiero sull’ali doraaateeee. . .1
Ocurri'o que cuando Llbera sal’1a con antorcha y todo para encender la mecha, aparecib Girolamo Spaventa; loco de amor por ella. Como buen italiano se puso a gesticular y a tirar manotones un cuarto de hora sin parar, a pesar de que Libera lo amenazaba severamente con la antorcha.
(;Qu1e podia importarle a Girolamo la antorcha en ei estado en que estaba?
Finalmente, como la amaba a pesar de ser un coydenado inoportuno. L1bera le prometi'o no hacerse matar y volver des- pufi de volar el puente.
Pero ya era tarde.
Llegfc justo para moger un pedazo del chaleco de Pietro (con dos botones). Se
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puso a llorar de pena, de humillacibn y _
desencanto, lo cual no me parece en ab- solute objctable. Desde luego, la echaron
TALLERES DE REFLEXION SOB RE FEMINISMO:
11 y 25 dejwzio de 1985 de 14,30 :1 16,30 hs.
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de la bociedad Secreta mientras hablaban de la impuntualidad de las mujeres.
'Ahi terminb su brillante carrera petar- dista.
Se cash con Girolamo, tuvo catorce hi- jos con él y le hizo la Vida imposible, pro- lijarnente, ya que nunca se consolb.
Imagine que no debe ser fhcil digerir que a una se le escape la gloria de entre los de-_ dos, por una gansada y por cuestibn de segundos_
Cuando era viejita y andaba medio fragi] de las arterias seguia quemando con las antorchas. Termini) en un loque— to, encerrada en un cuarto forrado con amianto, por incendiaria.
Y ahora viene Gina. mi abuela funda- mental.
Cuando hablo de ella me pongo irre- mediablemente sentimental y se me esfu- ma el poco ingenio que tengo.
Gina tenia los bolsillos siempre llenos de recortesrde diarios y hojas sueltas de libros. Nunca podia sentaise a leer en paz.
Ya se que es una practica criticable des- trozar los libros; pero hay que tenet en cuenta que Gina se veta obligada a leer mientras cocinaba para un regimiento, o bafiaba a sus seis hijos o arrancaba higos en el fondo.
Mi abuela repartia su tiempo asi: vei.nfi- tres hora para sus detestadas tareas hoga- refias y una hora para ella. Y esos sesenta minutos los divid‘1a sesenta veces a lo largo del dia, de tal fprma que vivia inte- rrumpida. Parecia una alucinada.
I-iacia todo distraidamente. Pelaba papas mmiando alguna lectura del minuto prece- dente y regaba de c'asca1-as toda la casa. Preparaba ravioles para ochenta y dos cornensales pensando en Proust, y le po- _ nia ventosas al abuelo mientras leia un a.rt’1cu10 sobre las sufragistas inglesas. As’; provoc'o algunos accidenles domésticos. Nada serio.
Escribia lo que se le iba ocurriendo en cualquier lado; al margen de las rece- tas de coci_na, en la agenda del telefono,