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mente incapaz de comprender la noble- za y belleza encerradas en el simple acto de limpiar el inodoro (actividad que, co- mo todo el mantenimiento doméstico, de Iglesia Católica no considera traba- jo).

Volviendo al acápite, es interesante compararlo con.una frase de la encíclica Casti Conubii (Pío XI, 1930): “Florezca lo que San Agustín llama jerarquía del amor” la cual abraza tanto la primacía del varón sobre la mujer y los hijos, co- mo la diligente sumisión de la mujer y su rendida obediencia...” Hay un aire de familia, se diría. Retrocedamos 1900 años: “Así como la Iglesia está sometida a Cristo, así sean sumisas en toda cosa las mujeres a su marido” (San Pablo). Retro- ceda.10s algunos milenios: “... con do- lor parirás los hijos y a tu marido será tu deseo y él se enseñoreará de ti” (Moisés).

Mucho han adelantado las ciencias y las artes, muchísimascosas han cambiado en estos milenios, pero el verso del pa-

" triarcado es todavía hoy tenazmente re- petido (casi diría textualmente repetido) y tiene en la jerarquía eclesiástica un acérrimo defensor. Queda la pregunta: ¿Porqué? ¿Porqué se sigue postulando que el amor al compañero masculino es inseparable de la sumisión? ¿Porqué se sigue identificando amor materno con ta- rea doméstica gratuitamente realizada? Hay grupos católicos (que incluyen a re- ligiosas) que intentan modificar esta acti- tud desde la misma lelesia, e incluso aus- pician el acceso de la mujer al sacerdocio. Hubo en !a Argentina un monseñor De Andrea, fundador de la Federación de Asociaciones Católicas de Empleadas.

Alernativa Feminista

¿Porqué se sigue definiendo a la mu- jer, desde esta jerarquía eclesiástica, co- mo esposa y madre de los individuos que sí importan como tales, o sea los hom- bres? Una no sabe si sentirse halagada por que la consideren tal monumento de abnegación y autorrenunciamiento o sos- pechar que la están tomando por idiota. Creo que están haciendo las dos cosas a la vez ¿La mujer es entonces reverencia- da y subestimada? No queda claro.

Buena parte del discurso eclesiástico sobre la mujer, desde que las mujeres (esas cabezas duras e irrespetuosas) se empeñan en trabajar fuera del hogar, re- fleja bastante temor. Temor al abandono por parte de la mujer de sus “sagrados deberes”, ternor a la competencia que esas mujeres representan en el mercado de tra- bajo para los “padres de familia”, temor por sobre todo a que la mujer, apoyada en una relativa independencia económica (si- guen ganando menos que los hombres por la misma tarea), pueda rebelarse con- tra la “natural” autoridad del hombre y desdeñar su tutela. En el discurso (que aquí no analicé por no extenderme de- masiado) de la represión de la sexuali- dad, el contenido es relativamente simi- Jar.

El tema básico, el leit-motiv, de decla- raciones y documentos, es defender “el principo de autoridad cuya jerarquía na- die mejor que la Iglesia ha establecido consultando la misión reservada por la divina Providencia a cada sexo...” “En este cuerpo de la Familia, el varón es la cabeza, como lo enseña San Pablo, le corresponde el principado del gobier- no...” (Pastoral Colectiva del Episcopa- do Argentino sobre la Familia, 1952).

Más que a una sincera sobre-infra-va- loración de la mujer suena a un intento