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pectiva asuntos que antes sólo habían si- do tocados por los “especialistas”. La masturbación, el lesbianismo, la homo- sexualidad, y en general la relación con el propio cuerpo y el de los otros (as), fueron analizados desde el punto de vis- ta particular de las mujeres.

La información científica, que se con- sideraba incuestionable, fue puesta en duda. Cualquier teoría investida de bata blanca fue digna de sospecha; demasiadas veces la discriminación sexual se había fundamentado en los “hallazgos” de la ciencia. Ahora se valoraban las experien- cias personales como fuente de conoci- mientos. “Si así lo vivo, si así lo vives, es que es verdad. No importa qué digan los expertos”.

Tuvieron que pasar varios años para que algunas feministas aceptaran que la sexología podía ofrecer elementos im- portantes a quienes libraban una lucha en el terreno de la política sexual. Hay que decir que en los inicios del ““nuevo feminismo”, las reflexiones acerca de la sexualidad que por un lado tenían una fuerte carga liberadora, por otro llegaron a ser opresivas, en tanto que fueron con- vertidas en dogmas. Este es el caso, por ejemplo, de la negación al posible disfru- te de la relación coital. Ahora sabemos que éste existe y que no se debe a una sumisión al varón.


2.Junto con la reivindicación del pla- cer comenzó también la pelea por los de- rechos reproductivos. Cada mujer debía poder decidir sobre su fecundidad, sin arriesgar en ello su salud o su vida. Así, se iniciaron los trabajos por la despenali- zación del aborto y el acceso a anticon- ceptivos gratuitos, inofensivos para la salud, para ambos sexos.

Sin embargo, aunque estos principios :

fueron los mismo en los distintos países,

Atternativa Feminista

pronto se hizo sentir la desigualdad entre lus condiciones que gozaban las primer- mundistas y las nuestras.

En Estados Unidos y en Europa se ex- tendieron los centros de mujeres que de- fendían los derechos reproductivos en la práctica: ayudaban al conocimiento del cuerpo, ofrecían métodos alternativos de control de la fecundidad, eran lugares de intercambio de experiencias. En cambio en México, la mayoría de los intentos por abrir centros semejantes han fracasa do por problemas económicos, y tam- bién quizá, por falta de cohesión organi- zativa. Existen unos cuantos que han subsistido con ayuda proveniente del ex- terior, y uno sólo —en Colima— que fun- ciona con apoyo estaial.

También en la lucha por la despenali- zación del aborto nos encontramos a dis- tancia. Si bien en muchos países ““desa- rrollados” las mujeres tienen que seguir peleando por no perder lo que han gana- do, ellas se hallan en una posición de fuerza frente a sus gobiernos muy dis- tinta a la nuestra. En México, la despena- lización está aún lejana y algunas femi- nistas se preguntan si habría que haber comenzado con esta reivindicación, dada la situación particular de nuestro país.

Aquí, el trabajo por los derechos re- productivos ha tomado matices diferon- tes, muchas veces en relación directa a la condición de dependencia que sufrimos como nación. Tal es el caso de las protes- - tas por la venta de anticonceptivos pro- . hibidos en Estados Unidos, y de la lucha reciente contra las esterilizaciones invo- * luntarias, en cuyo trasfondo se adivinan respuestas demográficas locales a las pre- siones de la deuda externa. Aquí, hay,

que arreglárselas con los escasísimos re- |

cursos de un país al borde la quiebra, con una oposición fraccionada y débil y con fuertes tradiciones religiosas en el