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¿por qué?

Por qué el feminismo para mí es una pregunta que me hacen se- guido. Sucede que, por circuns- tancias, estrictamente persona- les y algunas afortunadas coin- cidencias me he visto libre de la mayor parte de las contras típicas del sistema. Pude estu- diar lo que quise, conseguí tra- bajar (y vivir de mi trabajo) en una profesión folklóricamente considerada masculina, me casé, me divorcié y sigo viva... Ni siquiera nunca nadie me tocó el culo en el colectivo, mire vea.

Hubo otras cosas, claro. Yo Siempre pensé que había una ma- nera de ser mujer. Una técnica, una serie de reglas a seguir. Todas las demás mujeres las sa- bían y yo no. Mi mamá tampoco. A ella la fastidiaban las horas en la peluquería y las charlas de cocina, como a mí. Se le rompían las medias de nylon y le dolían los pies con los zapatos de tacos altos, como a mí. Se enojaba con los señores que la trataban como a un niño ligera- mente atrasado. Trinaba por te- ner que poner la mesa y calentar la cena, al volver del negocio, mientras papá se sentaba a leer el diario y esperar que la cena le fuese servida. Se enfurecía

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Por Mónica Torres

por la guarangada callejera y los chistes en los que las muje- res eran presentadas como idio- tas. Igual se vestía de señora y servía la cena y sonreía, pese a los zapatos, pero la fastidia- ba y no hubiese dejado de traba- jar. Eso no era ser mujer. Ser mujer era hacer todo eso, estar todo,pero todo, el día en casa, y que, además, a una le gusta- se. Los años pasaron, fui des- cubriendo otras cosas que tam- bién tenía que ser y que gustar- me. Mas de la mitad de ellas simplemente me ponían el pelo de punta. También descubrí que co- sas tenían que disgustarme. Era espantoso: la mayoría me encan- taban.

A los veintinueve años se- guía creyendo todo eso y había llegado a la sana conclusión de que yo no era una mujer, excepto por el accidente que era mi cuerpo. No podía serlo: simple- mente no coincidía con la des- cripción.

A esa altura me dí de manos a boca contra el feminismo y sus benditos grupos de autoconcien- cia. Hablé con las otras muje- res. Descubrí que era la des- eripción la que no coincidía con las mujeres de carne y hueso.