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niño --después, el varón— no llegará a parecerse a ese modelo que amalgama a James Bond, el Guerrero del Antifaz, el jefe de negociado y el Padre Eterno; pero, de momento, para el sistema será suficiente que intente parecerse a su pa- dre (“Quien no se parece a su padre es un cerdo”). Y que lo mantenga como ideal si no lo consigue. Pero también será suficiente que interiorice al tercer componente del sistema: la considera- ción del hecho de que las mujeres son inferiores. Y creer eso está al alcance de todos los tíos.

Es así como el niño irá obsesionán- dose por su inferioridad respecto del gran modelo de varón y la desplazará hacia el recelo respecto de otros varo- nes presuntamente superiores a él en fuerza, valentía, potencia sexual o cual- quier otra cosa. Pero, sobre todo, ten- drá la sensación reconfortante de ser superior a las mujeres, empezando de momento por las niñas. El niño que se limita por el momento a considerar, no sin cierta lógica, como más impor- tante jugar con tanques o mecanos que con muñecas o cocinas, no es sino la preparación de varón. En el límite, el varón es ese señor bajito, anémico y de carácter apocado, que mañana explicará

- la conveniencia de que la mujer no sea juez o capitán de barco porque no po- dría resistir las presiones psicológicas o la tensión física, mito que incluso llega a hacérselo creer a la señora alta y robusta con la que se ha casado, oficial- mente para protegerla.

El hombre. quiero decir el varón, no es el macho, sino una superioridad ima- ginaria. En términos músico-literarios en la casilla del sexo en los impresos po- dría ponerse: “Fantasía de fanfarrias a propósito de dos bolas y un pito.”

Dejemos abierta la autocrítica mascu- lina. De momento nos conformaremos


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Alternativa Feminista

con afirmar que tanto a Jos niños como a las niñas se les hace la puñeta forzán- dolos a adaptarse a dos papeles y dos idiosincrasias tan obligatorias como úni- cas. Si más adelante no tendremos de- masiada piedad para describir al varón, podemos permitirnos ahora un poco de compasión por el niño, por la criatura de sexo masculino obligada a hacer de aprendiz de hombre. Esta benevolencia es únicamente metodológica. Más que compadecer al niño varón —mejor aten- dido probablemente que la niña y dota- do de un padre con el que identificarse y Je una madre para proteger sus deficien- cias en la identificación— lo que quiero as simplemente subrayar que la criatura de sexo masculino tiene derecho a ser de forma distinta a la que le adjudica la sociedad. Se trata, sin embargo, del de- recho menos reivindicado de toda la his- toria humana.

Es curiso que la crítica anti-autorita- ria a la enseñanza tradicional haya podi- do descubrir justamente que el sistema pedagógico imperante mutilaba faculta- des de los niños e imponía una única dirección y un único baremo para me- dir sus progresos, pero, en líneas ge- nerales, haya ignorado que la primera gran mutilación de los niños es la que, de una forma más tradicional o más progresista, les impone como única sali- da ir haciéndose socialmente hombres o socialmente mujeres. Se han vertido lá- grimas respecto de los niños que no pue- den ir a la escuela o que allí deben apren- der todo de memoria o les hacen renegar de su clase social, de su libertad o de su capacidad para expresarse de forma no verbal. Se han escrito tratados sobre es- tas cuestiones. Muy poco se ha escrito, no obstante, sobre esa imposición básica de forzar a las criaturas a adoptar la men- talidad y el papel masculino o femenino y todo lo que eso implica. Rindo aquí