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H

acia fines del invierno, los Cherbatzky necesitaron una consulta de médicos para resolver sobre la salud de la primavera. El médico de la casa había recetado el aceite de hígado de bacalao, después hierro, y por último nitrato de plata; pero como ninguno de estos remedios produjese efecto eficaz, aconsejó un viaje al extranjero.

Entonces se acordó consultar á una celebridad médica, hombre joven aún y bien parecido, que exigió un profundo examen en la enferma, insistiendo con marcada complacencia en el hecho de que el pudor de las jóvenes no es más que un resto de barbarie, y que nada era tan natural como auscultar á una muchacha medio vestida. Como lo hacía diariamente, y no daba importancia alguna al pudor de las jóvenes, parecíale hasta una injuria personal este resto de barbarie.

Fué preciso resignarse, pues aunque todos los médicos fueran de la misma escuela, estudiasen los mismos libros y tuviesen, por lo tanto, la misma ciencia, habíase convenido en la familia, por una razón cualquiera, que la celebridad médica en cuestión poseía la ciencia que debía salvar á Kitty. Después de un detenido examen de la pobre enferma, confusa