Ha pasado ya un año desde que, tan pronto como terminó la guerra, hicimos una llamada a todos los cristianos para que, cerca de la Navidad de Nuestro Señor, se movieran a misericordia de los niños de Europa Central que sufrían tal hambre y miseria como para enflaquecer y sucumbir a la muerte. Estamos profundamente complacidos de que no haya sido vana nuestra imploración, inspirada en esa caridad que, sin ninguna diferencia de raza o nación, abraza a quienes representan la imagen divina dentro de sí mismos. Ciertamente, esto es bien conocido por vosotros, Venerables Hermanos, quienes con vuestro trabajo y preocupación habéis incorporado desde el principio en una empresa tan saludable. De hecho, como en una nobilísima competición de todo el mundo, se obtuvo una gran abundancia de dinero, con la que el Padre común de todos ha podido satisfacer las necesidades de muchos niños inocentes y borrar sus dolores. Tampoco dejaremos de exaltar la bondad de Dios, a quien le conplació que pudiésemos derramar tal benificencia cristiana sobre nuestros pequeños hijos abandonadosACTA, vol. XII, n. 13. — 1-12-920.