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ban, como allí. Traté de atravesar la primera calle, y ningún cochero quiso pararse para dejarme pasar; así es que tuve que correr hasta la otra vereda, y después, pensando un poco en esto, me convencí de que en las grandes ciudades no puede ser de otro modo, porque si los coches fuesen á detenerse para cada persona que quiere atravesar, no podrían circular. Por esto es que aquí las que van á pie, son las que tienen que cuidarse, y los cocheros no se ocupan de ellas, tanto menos, cuanto que todos están abonados en compañías de seguros, que pagan los daños que llegan á causar, en caso de accidente.

La municipalidad ha tomado sus precauciones para evitar aquellos en lo posible, y en las esquinas de los boulevares de más circulación, se han hecho redondeles de vereda, en medio de la calle, que se llaman refugios, para acortar los espa-