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móvil como si fuese de piedra. Su espíritu habia recobrado la lucidez de siempre, y el infeliz habia comprendido su desgracia.

— ¡Soy un miserable! murmuró. Sí! Merezco que me desprecien! ¡Me he emborrachado... Puah!...

Entró en su cuarto y arrojándose en el lecho, se puso á sollozar, sepultando su rostro en la almohada. En esa posicion permaneció largo tiempo; pero no hay cosa que postre mas que las lágrimas y por fin se quedó dormido, olvidándolo todo. Cuando despertó era ya tarde.

Reflexionó sobre lo sucedido y comenzó á desesperarse. ¿Qué diria Manuela? ¿Qué pensaria esa niña que era para él la esperanza en la dicha futura, el móvil que lo empujaba hácia todo lo que es digno, hácia todo lo que es grande, hácia todo lo que es noble? ¡Ah! Nunca se atrevia á presentarse ante ella!.... Le seria imposible soportar su mirada de desden y de disgusto!... «¡Qué horror! ¡Qué vergüenza! habia exclamado al verle. Estaba perdido .... y para siempre! ¿Cómo rehabilitarse?

Entre tanto Dolores se presentaba en la habitacion de Manuela con un diario en la mano, y haciendo los mayores gestos de asombro, como una perso-