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XIII

LOS DOS AMIGOS

Armando que habia salido temprano del hotel, dirijíase hácia él á medio dia, sonriente y contento, como el que vé que sus deseos se cumplen. Pero, al volver una esquina, se halló de manos á boca con Lindoro Acuña; el encuentro no podia ser mas enojoso. El petimetre le miró con una mezcla de asombro y de alegria.

— Cómo! exclamó ¡tú por aquí! ¿Cuándo llegaste?

Hazlo-todo mintió.

— Ayer, dijo.

— Cuánto me alegro! Has de saber que yo tambien estuve en el Rosario, en busca tuya. Creí que habias ido á divertirte en unas fiestas, y me dije que no estaria mal que yo fuese á acompañarte.

— Fiestas?