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— Si; porque si hubiese venido lo hubiera yo tratado con la frialdad que se merece.

— Pero Vd. no sabe si lo que dice ese diario es cierto. Puede que sea una calumnia, una venganza.

— Ah! No! Yo le ví llegar. Eran las ocho de la mañana. Estaba.... beodo todavia, y entró tambaleándose!.... Qué horror!.... Ah!

Manuela se detuvo. En el modo de decir esas palabras habia dejado comprender cuán honda pena le causaba el recuerdo de ese instante.

Dolores calló aterrada. Sus dudas se habian desvanecido. Ernesto era culpable!

En ese momento entró D. Miguel, que ya podia caminar por toda la casa, sin guia, gracias á ese tacto de los ciegos, que parecen ver en las tinieblas.

— ¡Oh! Vd. no sabe lo que pasa! exclamó Dolores al verle.

Manuela le hizo señas para que callase. Pero ya no era tiempo.

— ¿Qué sucede? preguntó él.

— Que D. Ernesto ....