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zalez. Presentia la desgracia que le habia herido ya. Pero la presentia sin saberlo, sin darse cuenta de ello.

Los demás seguian hablando en voz u!ta, sin parar mientes en nada de lo que pasaba á su alrededor. Armando se encargó tambien esta vez de dejar restablecido el órden por algunos instantes.

— Ahora le toca á Lovez. Que nos recite una de sus composiciones, dijo.

— Sí, sí! que recite! gritaron los demás.

— Tenemos bastante con la dósis que Gonzalez nos ha propinado, murmuró uno, en quien cualquiera hubiese reconocido al jóven que, en la cena de que hemos hablado en uno de los primeros capítulos, estuvo beodo desde que se sentó á la mesa.

— Que recite! repitieron los demás.

— No recuerdo ..... murmuró el vate que temia la erudicion de Armando, y no pensaba en apropiarse otra vez versos de un poeta, fuese ó no conocido.

— Ya que se empeñan los demás, dijo el bebedor con voz lenta, como si le costase pronunciar las palabras, debes recitarnos algo, pero no aquella composicion de Quevedo, eh!

Lovez se puso rojo y Armando pudo apenas con-