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— Que no se vaya! repitieron los otros jóvenes, entre carcajadas y burlas.

Lovez salió, cerrando con furor la puerta tras de sus pasos.

— Está borracho, murmuró el bebedor.

— Está borracho. repitió otro que lo estaba mas.

Ernesto habia permanecido silencioso.

— Vámonos, dijo á Dupont.

— Como quieras, respondió Hazlo-todo.

Y salieron sin despedirse de nadie, y casi sin ser apercibidos, tal era el estado de sus compañeros de mesa.

— A qué me has traído aquí? preguntó Ernesto en cuanto estuvieron en la puerta de la calle. Esto es espantoso!

— Te he traído para que vieras como pasa la mayor parte de sus noches, la juventud de la Capital, contestó Dupont, tratando de ocultar así el verdadero objeto que se proponía.

— Te doy las gracias, dijo Ernesto. Ya sé á qué atenerme. Y ese Lovez que me has presentado como poeta, preguntó en seguida ¿quién es?

— Uno de los muchos individuos que adquieren

un título que no merecen por ningun concepto.