— Hable Vd., dijo don Miguel— ¿Qué le detiene?
— Es que ... no sé si debiera ...
Dolores acudió en su ayuda.
— Don Ernesto ha sabido, ignoro de qué manera, la triste situacion en que estaban Vds., y queriendo ofrecerles una pequeña suma á título de préstamo, fué á consultarlo conmigo; como yo le dije que podia hacerlo perfectamente, ha venido. Pero ahora no se atreve á decir lo que le trae ... quizá tema herir la delicadeza de Vd. Y de Manuela.
— ¡Noble jóvenl exclamó don Miguel.
— Esta es la pequeña cantidad, tartamudeó Ernesto, no completamente seguro de sí mismo todavia.
Manuela se levantó.
Sospechaba que el jóven la habia tendido un lazo,
- para volver á acercarse á ella.
— Muchas gracias, señor, dijo con voz lenta. Tanto mi padre como yo, agradecemos esa muestra de amistad, pero no la aceptamos. Aun no nos falta lo necesario, y si nos faltara, haríamos mal en contraer una deuda que, puede ser, no podamos pagar nunca.
— Pero... señorita...