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Las palabras de la jóven habian hecho que viese negro el porvenir. Estaba desesperado. No habia podido llorar, y su corazon estaba hinchado por las lágrimas. Se ahogaba.

Y entre tanto seguia caminando siempre.

Las gotas de la lluvia, que arreciaba á cada minuto, empapaban sus ropas y llegaban hasta su cuerpo, produciéndole la mas desagradable impresion. Pero esa impresion no hacia que despertase. Era el sonámbulo del dolor.

Estaba ya lejos, muy lejos de su casa. El silencio de los suburbios reinaba á su alrededor. Entonces se detuvo. Esa detencion, completamente maquinal, hizo que volviera en sí. Estaba cansado por su larga escursion sin rumbo fijo. Sentía todos sus miembros casi dislocados por la fatiga producida por la inmensa distancia que habia recorrido. Se quitó el sombrero, para refrescar su cabeza caldeada por la fiebre. Miró á su alrededor. La soledad de esos sitios le aterraba. Exhaló un suspiro, encaminándose hácia su casa. No queria permanecer un instante mas en aquel lugar, pues allí no se adivinaba la existencia de ningun sér humano, mientras que en el centro, en el corazon de la ciudad, sentia y com-