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prendia que estaba próximo á sus semejantes, y eso aminoraba sus penas en cierto modo. Pero allí, caminando sobre las veredas de ladrillo, en cuyas endiduras multiplicadas hasta lo infinito, se habia depositado el agua, produciendo inmensos charcos, viendo las calles llenas de lodo, y las casas viejas y verdinegras, amenazando ruina, encontraba sus dolores mas grandes, su desamparo mas inmenso. Largas, muy largas horas habia caminado. Sus oidos zumbaban y sus miembros entumecidos, se estremecian al contacto de la brisa, convertida ya en viento helado y penetrante que azotaba su rostro.

Mucho tiempo duró ese viaje de vuelta y cuando llegó á su casa, el reloj de Cabildo anunciaba á la poblacion dormida que las cinco habian sonado ya.

Entró en la habitacion tambaleando como un beodo, y una vez en ella arrojóse de rodillas, ocultando el rostro entre las ropas de la cama, y quiso llorar. Pero fué en vano . . . . Le faltaban lágrimas.

Entónces su cerebro perdióse nuevamente en las tristes ideas que lo estaban volviendo loco,