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no turbar el sueño de la anciana enferma. Arrodillóse junto á la jóven para confesarle el amor que sentía por ella. Manuela le escuchaba atenta y y sonriente. Cuando concluyó, levantóse esta, lanzando una burlona carcajada, y exclamando a propio tiempo:

— ¡Qué cosas tan absurdas dice Vd!

La anciana despertó, y fijando en él sus ojos que la fiebre hacía brillantes, murmuró, como en un estertor de agonía:

— El vicio! Es un vicioso! Apártate, Manuela! Él mancha!

Entónces quiso llorar, pero, como cuando estaba despierto, sintió algo como una mano poderosa que le apretára la garganta, y no lo consiguió tampoco.