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— Ernesto es un excelente jóven! añadió el ciego, como hablando consigo mismo.

—Si se casara con ella!....

— Te parecería bien?

— Oh! ya lo creo! exclamó la madre. Manuela sería dichosa á su lado.

— Oh! Si yo pudiese ver esa felicidad! Pero, por desgracia, no hay esperanza! Estoy atado á las sombras!...

El médico habia dejado comprender que la enfermedad era incurable. D. Miguel estaba condenado á vivir rodeado de tinieblas!

— De qué hablan Vds.? preguntó Manuela, que acababa de entrar.

— De... nada, contestó el anciano que no podia encontrar una mentira para salir del paso.

La niña volvió á permanecer silenciosa. Adivinaba que ella era el objeto de la conversacion.

— Oh! si pudieras ver cómo trabaja! murmuró la anciana. Pobre niña! y un acceso de tos la impidió continuar.

Manuela se levantó.

—Toma el remedio, mamá, dijo. Es ya la hora.