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— Sí, señor.

— Y por qué causa ha hecho tal cosa, qué motivo lo ha impelido á ello?

— Lo ignoro.

Manuela se ruborizó, y el anciano hubiera hallado la respuesta á su pregunta, á haber podido ver el calor rojo que invadió las mejillas de su hija.

— Oh! dijo Dolores. Yo bien sabia que don Ernesto no era capaz de hacer eso. Lo he dicho muchas veces. Don Miguel era de mi parecer ¿no es cierto?... y, por otra parte, no podia suceder otra cosa. Tarde ó temprano la verdad se descubre siempre.....

— No hablemos de eso, murmuró Manuela. Me hallo culpable al escuchar palabras que se refieren á este asunto doloroso.

— Usted estuvo en su derecho, se atrevió á decir Gonzalez. Todas las probabilidades estaban en contra mia. Se ha engañado usted, ¿qué hemos de hacerle?

La conversación tomó otro rumbo y se habló de todo, menos de los sucesos anteriores.

Poco rato despues Ernesto pidió permiso para

retirarse, haciéndolo en seguida.