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— El te ama; yo lo sé.

Manuela besó la mano de su madre. ¡Ss silencio queria decir tantas cosas!

Ernesto no sabia nada de lo que pasaba. Siempre en su pecho existia la misma silenciosa lucha entre la esperanza y el desaliento. A fuerza de desear la vida del espíritu, anhelaba el oro, fuente de la vida material. Para él la riqueza ó la medianía, significaban la felicidad. Sus esperanzas le sostuvieron mucho tiempo.

Un dia uno de sus superiores le llamó aparte.

— Mi sócio y yo estamos muy contentos de Vd., le dijo, y hemos resuelto aumentarle el sueldo. Desde hoy será Vd. nuestro segundo dependiente, y si sigue como hasta aquí, no dude Vd. que lo haremos adelantar.

Gonzalez volvió á su casa radiante de alegria; habia visto el porvenir de color de rosa.

A la noche fué á ver á sus amigos, y les relató su dicha. D. Miguel le estrecho la mano.

Manuela, turbada, no acertó á decir una sola frase.

Las horas pasaron alegremente; la felicidad en su volar inconstante parecia que en ese momento