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para que no se tradujera en gritos de desesperacion la horrible tempestad que me conmovía!... Pero, por suerte, todo eso pasó, y la dicha parece sonreirnos ahora.

— Tienes razon, Manuela. De aquí en adelante vamos á ser felices, muy felices. Tengamos fé en el porvenir, dijo el anciano, reclinando su cabeza encanecida, en el hombro de la jóven.

Ernesto, por su parte, era tambien feliz; la única nube que empañaba su horizonte (ya lo hemos dicho), era la dificultad de procurarse dinero, de hacer que cesaran sus penurias, para poder llegar entonces á Manuela y ofrecerle su mano, al mismo tiempo que una posicion desahogada...

Por otra parte, cuando estaba á su lado lo olvidaba todo, para ocuparse en mirarla, apartándose por completo del mundo.

Eran casi dichosos.

Don Miguel hablaba de ello con Do!ores, que temia revelarle la ambicion de Ernesto, y la causa que le impedia dar el paso tan deseado por todos.

Manuela lo habia adivinado, y lo agradecia al jóven, no sin guardarle rencor por ello sin embargo.

— No quiere casarse conmigo ahora, porque no