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dose. Manuela era completa, inmensamente feliz, asi como Ernesto. Se hacian á toda prisa los preparativos. Dolores, robando algunos instantes al descanso, se ocupaba en coser ropa, destinada al canastillo de Manuela. Esta, por su parte, no descuidaba tampoco esa tarea. Don Miguel sonreia, adivinando el contento de todos, y creyendo haber vuelto á los años de su juventud. El hombre renace en sus hijos.

El dia señalado llegó por fin.

Desde por la mañana, que pareció á todos mas brillante y esplendorosa que de ordinario, reinó en la casa la mayor alegria, no turbada ni aun por la frase continuamente repetida por don Miguel: «Si viviera Eugenia!» á la que contestaba Dolores; «¿Crée usted que hoy no está junto á nosotros?»

La ceremonia debia celebrarse al anochecer, sin ninguna clase de fiesta.

Aquella mañana Armando lo supo. Frenético, sin darse cuenta aún de su desgracia, pero créyéndola inmensa, permanecia sin saber qué hacer, sin que una sola idea aclarara un poco él caos que reinaba en su cerebro, dominado por la sed de venganza. pero ignorando aún el modo de satisfacerla, loco,