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jante á la suya. Le habia oido hablar del amor con sumo respeto, asi como si sintiera veneracion por los que aman.

— Creo que eres mi amigo, le dijo.

— Y no te equivocas.

— Estoy seguro de ello, y voy á probártelo. Necesito mostrar á alguien lo que guardo dentro de mi, lo que me hace soñar despierto.

— Estás enamorado?

— Sí.

Ernesto calló un instante. Había hecho lo mas dificil, que es empezar.

— De quién? preguntó Armando.

— De Manuela.

— De Manuela!

— Qué! Te asombra?

Dupont no contestó; habia estado á punto de venderse.

— No me asombra, dijo por fin. Pero ¿la conoces bien? ¿Estás seguro de que es buena? ¿La quieres verdaderamente?

— Si la conozco? Ya lo creo! No hay en el mundo criatura mejor. —Dia y noche trabaja para sostener á sus padres. — Vivo en su misma casa y