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poco á poco un color azul blanquecino, que le daba un aspecto de cadáver.

Una mañana, sin embargo, pareció revivir. Sus ojos; tenian luz, no estaban apagados y adormecidos como en los dias anteriores. La anciana vió á Manuela que se inclinaba á ella con esa tierna solicitud que tienen los hijos buenos por sus padres cuando estos están postrados en el lecho del dolor. Su primer mirada fué para ella, la segunda para D. Miguel, que estaba á su lado.

— Estoy mejor, murmuró, mucho mejor— Acércate, Manuela; mas cerca aún; así: ... quiero verte— Ahora tengo esperanza; deseo estar pronto buena. Y lo consiguiré.... ¿no es verdad?

— Oh! sí! mamá! exclamó la jóven.

D. Miguel dejó escapar un sollozo y tomó entre las suyas una de las manos de su hija. El no se engañaba!...

— ¿Por qué lloras? prosiguió Eugenia. No seas tonto! Dentro de poco no tendré ya nada!...

Pero esta lucidez solo duró un instante. Un segundo no mas brilló en la pobre vivienda ese relámpago de alegria. La tarde pasó tristemente.

La respiracion de la anciana fuése haciendo cada