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SUSANA CALANDRELLI 137

¿Qué tenía aquel mundo tan hermoso y tan nuevo

que aun ahora, evocándolo, sin querer me conmuevo? ¿Qué quería contarme la pequeña amapola

que agitaba en mis manos su encendida corola?

¿Qué decian las fuentes? ¿Qué ocultaba lo ignoto? ¿Qué misterio de voces se perdía, remoto,

tras las ondas sonoras de aquel cielo de encanto

en el que cada sombra, cada luz, era un canto?

No lo sé; pero creo que esa vez lo sabía.

Esa noche un prestigio singular me envolvía,

y en los ecos del mundo, y en las alas del viento percibía el contacto de no sé qué portento... Esa noche, las voces que escuchaba al acaso, lentamente, en la sombra, detuvieron mi paso,

e inundando de lágrimas mis ardientes mejillas, en la tierra obligáronme a caer de rodillas...

Sólo entonces el Hada se acercó levemente

y me puso una mano con dulzura en la frente...

y en seguida, al mirarla, tan inmóvil y bella, contempléla en silencio, cual se mira a una estrella... Y ella dijo una cosa que yo ya no recuerdo:

y después, sé que en algo nos pusimos de acuerdo;

y más tarde anduvimos, enlazadas las manos,

por la noche impregnada de rumores lejanos.

¿Y después?... ¿Qué voz era la que dijo a mi oído: “Todo es tuyo, si quieres... Para ti lo he pedido"? Yo no sé si fué un genio de una flor escapado... Creo, sí, que lo supe; pero ya lo he olvidado.

Sólo sé que vagamos con dulzura infinita

por los parques sin lindes de esa tierra bendita,

que llegó así la aurora, que después se fué el Hada

y más tarde, más tarde... no me acuerdo de nada.