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MERCEDES PUJATO CRESPO DE CAMELINO VEDOYA

desmesurados clavos: garfios de acero que en la cruz del suplicio de un vil madero, ataron al Dios Fuerte, manos y pies.

Libro abierto en los campos como si fuera el bíblico relato que se leyera un Viernes Santo, al lado de alto cirial; silvestre escarapela con los colores de los lazos de cinta que en sus albores lució el pueblo de Mayo. ¡Flor nacional!

Cuando se entibia el aire, su enredadera, de cien nudos azules, teje ligera para filtrar los soles, regio tamiz; y al horrible desvelo tiende amorosa el copón desbordante de soporosa bebida de los odres de su raíz.

Si a veces de su tronco los fuertes lazos, entre el follaje se abren como dos brazos en los ceibos a orillas del Paraná, el espíritu finge ver de contino el “In hoc signo vinces” de Constantino bajo cruces de agreste mburucuyá.

¿Por qué a rústicos sitios se la relega? ¿Un terrón de su tierra quién se lo niega en magníficos parques de la ciudad? ¿Llevada en las espiras del torbellino mundanal, hoy no quiere ver su destino en sus místicas páginas la humanidad?

¡Oh, no dobléis la hoja maravillosa! Leed, todos, la máxima luminosa escrita en la portada del libro-flor:

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