RAQUEL ADLER
CALMA...
¡Oh la calma, la calma!
La calma que he perdido,
La calma se me ha ido
Por senderos lejanos.
Y dejó sin sosiego para siempre mi alma
En el zigzag constante de los caminos vanos!
¡Oh ciudad tumultuosa!
¡Oh ciudad febriciente!
Yo que en ti he vivido el tormento inconsciente Cual una flor de lodo sobre el nefasto cieno, Mi alma era entre todas una flor fervorosa
Que no acercó a sus labios el tan sutil veneno.
Mas pasaron los hombres y también las mujeres Y al verme tan tranquila, por sus locos anhelos. Impasible ante todos los humanos desvelos, Tornaron sus semblantes lívidos de perfidia, —Ya serás ¡la muy cauta! como todos los seres— Dijeron con insidia.
Todo ha cambiado ahora.
Porque ya voy mirando con recelo las cosas; Porque en duras espinas entreveo las rosas;
Y la intensa mirada del hombre es un acecho... Ya no miro la hora,
Ni la vida que pasa con la calma en el pecho!
Quién ha de devolverme en esta vida incierta
Este caudal inmenso.
Yo cuidé de mi bien con un fervor intenso;
Me alejé de los hombres, de las fiestas del mundo; Y mi alma velaba en el sueño despierta,
Celosa con guardarlo siempre en lo más profundo!
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