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po

EMILIA ALTOMARE DE PEREYRA

La ignorancia del mundo era en tus manos un motor apagado.

Y la vida creciendo en tus pupilas azogaba dos flamantes espejos a la dicha.

Cada mañana buscaban tus pies,

en una piedra de color distinto,

un ansia nueva de llegar,

— no sabías dónde, pero querías llegar — y a traición, como eras agua tan limpia, y noviabas con el destino más alto,

te sorbió el labio de la muerte.

  • o*

Colegiala de la vida; en tu cuaderno virgen resbaló el poema con un ruido de pasos que tramontan la tierra. ¡Ay! se escondió la luna de tu frente sobre la vía láctea de los sueños.

  • ox

Tu muerte: herejia sin nombre.

La luz del mediodía se extremeció, sin duda, como si Dios no lo quisiese;

enjambre loco, nuestro dolor zumbó a tu lado; todo el cariño como una herida abierta

se dolia sin tregua.

De la ofrenda olorosa de las flores, colgaron hilos de llanto; en el tapiz de esa noche, a tus pies, se arrodilló el si- [lencio; el cielo azul — palidecido — que entraba por la puerta te besó en la frente.