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prendido la edificación de la escuela. El doctor trataba de calmarla.

—Hágase usted cargo—le decía—de que si edifica usted una escuela o lleva a cabo otra buena obra no es precisamente en beneficio de los "mujicks", sino en pro de la cultura general, del progreso. Y cuanto más brutos, cuanto más salvajes sean los "mujicks", más motivo hay para edificar escuelas. ¡Es tan sencillo y tan claro!

Oyéndole hablar así, me parecía que no estaba seguro de que fuera preciso, en efecto, construir tal escuela, y que compartía con Macha la antipatía a los campesinos.

Macha y mi hermana iban muchas veces al molino y decían riendo que lo que las atraía allí era la hermosura de Stepan. Tuve ocasión de persuadirme de que el molinero sólo era reservado y taciturno con el sexo fuerte: con las mujeres hablaba por los codos. Una vez que fui a bañarme al río, le oí, por casualidad, conversar con Macha y mi hermana. Ambas, en bata blanca, estaban sentadas bajo un árbol; Stepan estaba en pie delante de ellas, con las manos cruzadas atrás, y decía:

—Los campesinos no son hombres. Son, perdónenme ustedes la palabra, bestias. ¿Qué es su vida? Sólo saben beber, emborracharse de "vodka", perder el tiempo gritando en la taberna, cantar canciones obscenas y jurar. Nunca hablan nada razonable. No saben conducirse correctamente con la gente. ¡Son unos animales! Viven