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a estas horas viviría en el corazón de la vida intelectual. Tal vez me habrían ya hecho miembro del consejo de la Universidad. Claro es que también el espíritu es cosa pasajera, pero es lo mejor que hay es nuestra vida. En suma: que la vida es cómo una trampa sin escape, en la que, más tarde o más temprano, todos los hombres que piensan tienen que ir cayendo. El hombre viene al mundo contra su voluntad; sale de la nada gracias al juego de unas fuerzas misteriosas que él no comprende, y cuando pretende averiguar el objeto o el sentido de su existencia, o nadie le contesta, o le contestan estupideces. También la muerte sobreviene contra la voluntad del hombre. Y en esta prisión que llamamos vida, los hombres reunidos por una desgracia común, experimentan cierto alivio cuando pueden juntarse a cambiar ideas libres y atrevidas. Por eso en este bajo mundo él espíritu es muestro único placer y consuelo.

—¡Muy bien dicho, muy bien dicho!

El doctor, sin mirar a su interlocutor, continúa hablando lentamente, con largas pausas, del espíritu y de los hombres inteligentes. Mijail Averianich lo sigue con mucha atención, y exclama de tiempo en tiempo:

—¡Tiene usted muchísima razón!

Después pregunta de pronto:

—¿Usted no cree en la inmortalidad del alma?

—No, honorable Mijail Averianich, no creo en la inmortalidad del alma, ni tengo razón alguna para creer en ella.