Página:Anton Chejov - Historia de mi vida - Los campesinos.djvu/409

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En celebración de la fiesta se compró en el mesón un arenque, con cuya cabeza se hizo una sopa. Púsose la familia a tomar el te al mediodía, y lo estuvo tomando hasta que comenzó a sudar, rebosante de te, todo el mundo. Luego, viejos, hijos, nueras, nietos, congregáronse alrededor de la cazuela de la sopa. La vieja, precavida, había guardado el arenque.

Al obscurecer, un alfarero encendió el horno en la colina. Abajo, en el prado, las muchachas, en corro, cantaban. Sonaba un acordeón. En la otra ribera ardía también un horno y cantaban las muchachas, cuyos cantos embellecía y poetizaba la distancia. En el mesón, los campesinos vociferaban y se insultaban de tal modo, que Olga, estremeciéndose, decía al oírles:

—¡Dios mío!

La asombraban aquellas constantes injurias, sobre todo en boca de viejos, ya con un píe en la sepultura. Los niños y las muchachas las oían sin inmutarse, habituados a ellas desde la cuna.

A media noche habíanse apagado los hornos; pero en el prado y el mesón seguía la gente divirtiéndose. El viejo y Kiriak, ebrios, cogidos de las manos, haciendo eses, se acercaron a la porchada, donde dormían Olga y María.

—Déjala—intercedía el viejo—, déjala... Es una buena mujer... Eso es un pecado...

—¡Maaaría!—gritó Kiriak.

—Déjala... Eso es un pecado... Es muy buena...