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ñoría preguntar, inquirir... Son alcohólicos, nada apacibles, carecen de inteligencia en absoluto.

El comisario, luego de escribir en sus papeles durante unos instantes, levantó la cabeza y, con la calima, con la suavidad de quien pide un vaso de agua, le dijo a Osip:

—¡Lárgatje! No tardó en marcharse. Y cuando se sentó, tosiendo, en su miserable cochecillo, se advertía no sólo en su rostro, sino hasta en su angosta y larga espalda, que ya no se acordaba ni de Osip ni del baile ni de los impuestos de Jukov, y pensaba en cosas más íntimas.

Aun no se habría alejado un kilómetro, cuando Antip Sedelnikov salía de casa de los Chikildieyev con el samovar en la mano y perseguido por la vieja, que vociferaba:

—¡De ninguna manera! ¡Dámelo, maldito!

El baile iba casi corriendo, y la vieja marchaba en pos suyo, encorvada, jadeante, tropezando, a punto de morirse de ira.

La pañoleta se le había deslizado hacia atrás y llevaba al viento los cabellos blancos, de matices verdes. De pronto se detuvo, y, fuera de sí, dándose puñetazos en el pecho, gritó, con voz desfallecida:

—¡Cristianos que creéis en Dios! ¡Padrecitos! ¡Socorro! ¡Defendedme por misericordia! ¡No puedo más!

—¡Vamos, vieja—le dijo el baile con severidad—, un poquito más de cordura!