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ros. Había olvidado las oraciones y solía postrarse, cuando se iba a acostar, ante los iconos y murmurar: "Santa Madre de Kazan, Santa Madre de Smolensk, tres veces Santa Virgen..."

María y Fekla se persignaban, se confesaban todos los años; pero su religiosidad era ignara y sin elevación. A los niños no se les enseñaba a rezar, no se les hablaba nunca de Dios, no se les inculcaba ninguna moral. Se les hacía comer de vigilia los días de precepto, y a eso se reducía todo. En las demás casas sucedía, poco más o menos, lo mismo: escaseaban la fe y la inteligencia. Sin embargo, les encantaba a todos la Sagrada Escritura, y, como ninguno la tenía—allí nadie tenía libros—, Olga y Sacha, que la leían algunas veces, gozaban de la consideración general. Todo el mundo las llamaba de usted.

Olga acudía con frecuencia a los Tedeum y demás fiestas religiosas que se celebraban en las aldeas próximas y en la capital del distrito, donde había dos monasterios y veintisiete iglesias.

Olvidaba por completo, en sus peregrinaciones, la existencia de su familia, y al volver a su casa descubría, con sorpresa y júbilo, que tenía un marido y una hija, y decía sonriendo:

—¡El Señor es misericordioso para mí!

Lo que sucedía en el campo le parecía abominable y la entristecía. La gente celebraba la fiesta de Ilia, la fiesta de la Intercesión, la fiesta de la Ascensión, con comilonas y borracheras. Para solemnizar la fiesta—muy importante en la pa-