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plena propiedad de Dubechnia, donde podré hacer lo que me dé la gana.

Estaba muy excitada; sus mejillas se habían tornado de púrpura. Llena de alegría, hablaba sin parar de la realización de sus sueños, de su próxima vida en el campo, que se pintaba ella en extremo interesante y muy poética.

¡Quién hubiera estado en su lugar, participado de su entusiasmo! La primavera se acercaba; los días eran ya muy largos; el sol derretía la nieve, y gruesas gotas de agua caían de los tejados. Todo olía ya a primavera. Y yo también sentía un gran deseo de irme al campo.

Cuando me dijo que no tardaría en irse a Dubechnia, una honda tristeza se apoderó de mí. Me vi solo en la ciudad hostil, sin nadie con quien poder cambiar algunas palabras. Tuve celos de aquellos libros de agricultura y de aquellos sueños geórgicos. Sin embargo, ni me gustaba la vida del campo, ni les tenía afición alguna a los trabajos agrícolas. Iba a decir que, en mi sentir, la agricultura rebajaba al hombre, le hacía esclavo de la tierra; pero no dije nada.

***

Estábamos casi en primavera, en vísperas de Pascua.

Un día llegó el ingeniero Dolchikov, de quien yo había comenzado a olvidar hasta la existencia.