los emperadores. En otra ocasión, temiendo que Teodorico quisiese vengar en él cierta injuria horrible que su hijo Hunnerico, casado con una hija de aquel rey, había inferido á su esposa, envió presentes de gran valor á Atila con embajadores que lo indujeran á entrar en las tierras que ocupaban los visigodos. Y por cierto que Genserico logró su intento y que el formidable caudillo de los hunnos, tan conforme con él en ferocidad y astucia, dio harto que hacer á Teodorico para que pensara en vengar á su hija; de que tuvo origen aquella guerra que terminó tan gloriosamente para los visigodos en los campos cataláunicos. No fué menos hábil y afortunado para sujetar á los naturales, que pugnaban por cobrar su independencia; presos unos, muertos otros, con dádivas éstos, aquéllos con rigores, logró general obediencia. Sin embargo, no hay datos para creer que aquellas tribus y régulos de Mauritania, que no pudo rendir el poder romano, fueran dominados por Genserico; antes parece que la dominación de éste no pasó, como la del imperio, de las costas y de algunos lugares importantes.
Cuarenta años después de su entrada en África murió Genserico. Príncipe verdaderamente grande, aunque bárbaro, y capaz de mayores empresas si mandara ejércitos tan numerosos como pedían los tiempos, porque á la verdad, los vándalos eran de las naciones más débiles que vinieron sobre el imperio. Hay en todos sus hechos cierta grandeza que espanta al historiador y le obliga á apartar los ojos de sus faltas. Ni Atila ni Alarico le excedieron en calidad de conquistador y de rey; antes bien, supo vencer al primero en astucia, con tener tanta, y al segundo en audacia y constancia, con