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El Gaucho Irene.


I.


Era en 1820. Las sociedades Americanas se hallaban agitadas por convulsiones terribles—convulsiones que son á la infancia de las sociedades, lo que es el movimiento al desarrollo físico de los séres. La voz del bronce, órgano estridente de las batallas, se hacia oir por intérvarlos intermitentes en la ciudad cuya planta fué bendecida en 11 de Junio de 1580, recibiendo el mirífico nombre de ciudad de la Santísima Trinidad, sustituido despues por otro nombre simbólico debido á la salubridad de los aires que acariciaron á sus primeros pobladores.

En uno de los días de ese año tempestuoso y á la puerta de los escasos ranchos que poblaban las islas del Tordillo en el pago de la Magdalena, se detenia un gigante jóven, de activo continente, despejada frente, si bien de mirada dulce y al parecer indiferente. Su caballo era zaino, tuzado de cogotillo, de orejas movibles, agujereadas y airosamente enlazadas por estrecha cinta de seda punzó, gordo, que segun la espresion vulgar, podia rasgarse con la uña, elegante, que podria servir de modelo á un escultor, de pelo corto, unido, anillado y luciente como la seda cuando ha pasado por el último procedimiento, que un inteligente artefacto precedió, para hacer resaltar su mérito.

El jóven echó pié á tierra—con el dedo índice de su mano derecha hizo deslizar el barbijo que sujetaba su sombrero gacho, que sacó, y haciendo un ademan con la cabeza para echar atrás su lujosa rizada cabellera negra, pronunció con su acento firme, á la vez que melancólico, la frase sacramental del hijo de las praderas en presencia de su madre: La bendicion mi madre.