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obligación que amamantarme. Corría yo á su lado durante el día, y por la noche me acurrucaba tan cerca de ella como podía, para dormir.

En los días calurosos nuestro sitio eran las inmediaciones del agua, á la sombra de los árboles, y si hacía frío ó llovía nos guarecíamos bajo un cobertizo que había cerca de la arboleda de pinos.

Tan luego como fuí capaz de comer hierba, mi madre iba á trabajar durante el día y regresaba por la noche.

Había en la pradera otros seis potros, todos mayores que yo, y algunos casi tan grandes como caballos. Yo corría con ellos, lo cual constituía mi mayor delicia; galopábamos todos juntos por la llanura, sucediendo á veces que el juego solía traspasar los límites de lo razonable, pues mis compañeros, con frecuencia mordían y daban coces á la par que galopaban.

Cierto día que nos hallábamos en uno de estos ejercicios, y que las coces menudeaban más que de costumbre, mi madre me llamó á su lado con un relincho, y me dijo:

—Quiero que prestes atención á lo que te voy á decir: esos potros con quienes te reunes son unos buenos potros, pero, como destinados al tiro de carros, carecen de buenos modales. Tu nacimiento y educación son diferentes; el nombre