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vimiento era general, y Jengibre y yo teníamos muy poco descanso.

Los que primero partieron fueron las señoritas Flora y Josefina con sus ayas. Vinieron á decirnos adiós, y abrazaron al pobre Alegría como á un antiguo amigo que indudablemente era. Después supimos lo que el amo había dispuesto respecto á todos. A Jengibre y á mí nos había vendido á su buen amigo el conde del Pino, por considerar que en su poder estaríamos como en Buenavista. Alegría fué regalado al señor de Campoflorido, que necesitaba un caballo de confianza para su señora, con la condición de que no había de ser nunca vendido, y que, cuando se mutilizase para el trabajo, sería muerto de un tiro y enterrado. José lo había de acompañar para cuidarlo y ayudar á otros trabajos de la casa, de modo que consideré que el buen Alegría no lo pasaría mal. A Juan se le ofrecieron varias colocaciones buenas, pero dijo que pensaba esperar algún tiempo, antes de decidirse á aceptar ninguna.

La noche antes de la marcha, el amo vino á las caballerizas á dictar algunas disposiciones y á hacer la última caricia á sus caballos. Conocí en su voz que estaba muy conmovido. Yo creo que los caballos comprendemos las inflexiones de la voz mejor que muchos hombres.