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—¿Has resuelto ya lo que piensas hacer, Juan? Veo que no has aceptado ninguno de los ofrecimientos que te han hecho— dijo.

—No, señor —contestó Juan;— he pensado que si pudiera encontrar colocación con algún buen domador de potros ó instructor de caballos, sería lo que más ine gustaría. Muchos animales jóvenes se ven àrruinados prematuramente, ó adquieren malos vicios, por falta de una buena mano que los dirija en su educación. Yo siempre he sido aficionado á los caballos, y si pudiera encaminar bien á algunos, creería como que había hecho una obra buena. ¿Qué piensa usted de eso, señor?

—Nadie más á propósito que tú para ello —contestó el amo;— pues entiendes á los caballos, y, hasta cierto punto, ellos te entienden. Procuraré ayudarte en cuanto me sea posible, y al efecto hablaré con mi agente en Londres, dán dole todos los buenos informes que puedo darle acerca de tus circunstancias.

El amo encargó á Juan que le escribiera, y le expresó su agradecimiento por sus largos y fie. les servicios, lo cual fué demasiado para aquél, que contestó todo conmovido:

—Señor, usted y la señora han hecho por mi lo que nunca podré pagar; pero jamás lo olvi-