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Página:Azabache (1909).pdf/151

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el sitio que estaba limpio de aquellas piedras.

La luna acababa de asomar por encima de las cercas, y á su luz pude ver á Buitrago tendido en el suelo, á pocas varas de mí. Hizo un ligero esfuerzo para levantarse, pero volvió á caer desplomado, dando un profundo gemido. Yo también debería gemir, pues mis dolores eran intensos, tanto en el casco como en las rodillas; pero los caballos acostumbramos sufrir nuestras penas en silencio. Me estuve quieto, sin hacer el más pequeño ruido, y escuchando. Oí un más profundo gemido de Buitrago; pero, aunque la luna brillaba espléndidamente, y yo podía verlo bien, no observé que hiciera el más ligero movimiento. Nada podía yo hacer por él ni por mí.

Escuché con ansiedad por si oía algún ruido de herraduras, de ruedas, ó de pasos, pero, nada.

Aquel camino era poco frecuentado, y á semejante hora de la noche era probable que en mucho tiempo no recibiera auxilio alguno. Era una tranquila y apacible noche de abril, y reinaba una calma profunda, interrumpida sólo, de cuando en cuando, por algunas notas bajas de un ruiseñor, y por el ruido de las alas de alguna lechuza que cruzaba rápidamente por encima de la cerca. Pensé en mis noches de verano de otros tiempos, cuando reposaba tranquilo al lado de 1