verme libre de la piedra, aunque con grandes dolores todavía.
Esta es una de las aventuras con que frecuentemente tropiezan los pobres caballos de alquiler.
Hay otro estilo de guiar, que puede llamarse de máquina de vapor; los conductores son, en su mayor parte, de las ciudades, que nunca han tenido un caballo de su propiedad, y que generalmente viajan en ferrocarril.
Estos parece que creen que un caballo es una cosa así como la locomotora de un ferrocarril, solamente que más pequeña. Sea como quiera, ellos se figuran que sólo porque pagan su dinero, un caballo está obligado á ir tan lejos, tan aprisa, y tan cargado, como tengan por conveniente. Que el camino esté pesado y fangoso, ó seco y en buen estado; que sea pedregoso ó suave, cuesta arriba ó cuesta abajo, para ellos es lo mismo; adelante con el caballo, siempre al mismo paso, y sin descanso, respiro, ni consideración de ningún género. Por supuesto, jamás se ocupan de apearse en una cuesta demasiado pendiente, ni cosa que se le parezca. Han pagado para ir en coche, y en coche han de ir. ¿El caballo?¡Oh! está acostumbrado á ello. ¿Para qué ha nacido sino para arrastrar al hombre en las cuestas arriba? Látigo en él, y tirones de la rien-