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to no vi lo que había pasado en el arroyo; pero cuando miré allí vi un espectáculo bien triste. Dos hermosos caballos yacían tendidos en el fondo, el uno luchando con la corriente, y el otro tendido en la hierba, gimiendo lastimosamente. Uno de los jinetes salía del agua cubierto de lodo, mientras el otro yacía inmóvil.

—Se ha desnucado— dijo mi madre.

—Y lo tiene merecido— añadió uno de los potros.

Yo pensé lo mismo; pero mi madre era, al parecer, de diferente opinión.

—No, hijos míos-dijo,— no digan ustedes eso, por más que, aunque soy vieja y he visto y oído mucho en este mundo, nunca he podido explicarme el placer de los hombres en esa clase de diversiones, en la que unas veces se lastiman ellos, y otras mutilizan hermosos caballos, y destruyen los sembrados, todo por una liebre, ó una zorra, ó un ciervo, que con tanta facilidad podrían adquirir de otro modo; pero nosotros somos caballos, y no entendemos de eso.

Mientras mi madre hablaba, todos mirábamos con atención á lo que estaba pasando. Muchos de los jinetes habían corrido adonde se hallaba el que yacía tendido en el suelo, pero nuestro amo, que lo había presenciado todo, fué el primero en llegar y levantarlo. Su cabeza estaba